lunes, 14 de abril de 2008

I Love Livin' in the City

Recuerdo una vez, años ha, que estaba charlando sobre música con un antiguo compañero de piso. Un servidor se había agenciado recientemente las obras completas de Robert Johnson y, sabedor de que mi compadre era un fanático de estrellones del blues como Eric Clapton o Gary Moore, no dudé en ponerle -con mi entusiasmo habitual- uno de los temas más conocidos del viejo zorro del delta del Misisipí: “Sweet Home Chicago”.

La respuesta de mi colega me dejó roto: “tío, esto es más antiguo que el copón, menuda mierda”; tras varios razonamientos por mi parte sobre el sonido, el sentimiento de la voz de Johnson y el hecho de que esa canción haya sido versionada por los dos blanquitos de arriba (y que los dos reconocen al viejo Bob como una de sus máximas influencias), mi amigo -guitarrista de academia, por cierto- se parapetó en su posición, armado de una batería de contundentes argumentos técnicos. Huelga decir que me negué en rotundo a discutir sobre técnica musical con un guitarrista, teniendo en cuenta que soy tan negado para las seis cuerdas como para el bricolage. Así que, ante su cerrazón, decidí guardarme mis pensamientos sobre el tema y seguir gozando con los pedazos en crudo de dolor, vida callejera y sexo que me brindaba ese joven y curtido hombre negro que, allá por los años treinta, hizo un pacto con el Diablo y revolucionó el sonido del blues desde las entrañas.

Nunca he comprendido a los músicos, los amateurs sobre todo, que anteponen la técnica al feeling; al no tener ningún tipo de educación al respecto, mi escala de valores en lo musical -y también en otras artes- se basa en tres factores: la propia experiencia, las recomendaciones de los colegas y las sensaciones que provoquen en mí determinadas canciones. Y como los tres puntos parten básicamente de la visceralidad, los tecnicismos de los “expertos” suelen provocarme más urticaria que otra cosa.

Tampoco he entendido nunca a los críticos musicales que despachan los conciertos a los que van -gratis- y los discos que escuchan -gratis también- con una frialdad pasmosa. Hablo de esos especialistas en música, normalmente en nómina de la prensa generalista, a los que se les supone cierta pasión por su trabajo; que observan los conciertos con la misma mirada de alguien que disecciona una cobaya en un laboratorio y se escudan en la objetividad para justificar lo tibio de sus redacciones, por otra parte trufaditas de tópicos y frases hechas. Pero, ¿de qué objetividad hablan? ¿De pasarse el concierto en un lateral con cara de asco y los brazos cruzados? ¿De suponer que, por el hecho de escribir en suplementos de tendencias o revistas supercool, están en la obligación moral de mantener esta pose de enfant terrible que no tiene compasión con nadie? ¿De hacer críticas totalmente asépticas y lejanas? Si eso es objetividad, prefiero ser el tío más subjetivo del mundo, la verdad. Y subjetividad pura y dura es lo que viene a continuación.

Sé por experiencia propia que el tiempo atempera los ánimos y, con el paso de los años, uno puede llegar a perder la sensibilidad -y la pasión- con la que vive la música al principio. Pero a veces, sin pretenderlo, uno puede volver a sentir el mismo gusanillo que a los quince años. Hace pocas semanas, un gran amigo me pasó más de 800 megas de punk y hardcore primigenio, sucio y crudo como el sushi, que han devuelto momentáneamente a la vida a mi reproductor de mp3. La némesis de la música técnica, el reverso oscuro a la profilaxis de los grupos ultraproducidos, garaje, humo, cerveza. Energía.

Esa energía es la misma que me transmite uno de los grupos más frescos que han surgido de ese hervidero de creatividad llamado Moià. Bien es sabido que en los ambientes más hostiles y cerrados es donde se suelen generar las pulsiones más viscerales, y el pueblo del héroe nacional Rafel de Casanova no es una excepción; de sus entrañas han salido grupos de performance tan corrosivos como La Fura dels Baus, cantantes-artistas como Quico Palomar... y ahora le ha llegado la hora al punk rock. Es el turno de Kaka's in the Demos.


Si menciono la palabra punk refiriéndome a los KK's, hacedme un favor y borrad de vuestra mente al punkarra estereotipado; el de la cresta multicolor, imperdibles a tutiplén y pinta de guarro, como salido de un tebeo de Mortadelo; también os pido que borréis la imagen del niñato protopunk con mil piercings y camiseta de Blink 182, y la del hardcoreta uniformado y monótono por opción -y devoción. Esto va más allá de la imagen, más allá de los dogmas del movimiento. Kaka's in the Demos es, ante todo, ACTITUD PUNK.

Cuatro tipos insanos, cuatro bestias que se suben al escenario para gozar; cuatro personalidades musicales totalmente dispares que, sin embargo, conforman una mezcla adictiva y rompedora, basada en lo que mi amiga Claudia llama “caña antigua”. Versiones de Arrogant Worms, Bad Religion, Fear... y temas propios con títulos tan sugerentes como “Penefagia”, “Hippie Uraño” o “Bruce Campbell in the USA”. Textos enfermos, reminiscencias añejas, surrealismo macarra... pero parafraseando al insigne Ibáñez: ¿Quiénes son estos tipos?


(Kaka's homenajeando la Matança del Porc)

Albertini, bajista, es posiblemente el miembro del grupo con mayor bagaje de punk, y ante todo, hardcore de la vieja escuela, influencias clave para el sonido del grupo; Mr. White a la guitarra aporta años y años de absorber rock and roll de todo pelaje y una querencia por los clásicos del género y la caña en general; las otras seis cuerdas las toca Macius, un guitarrista técnico pero con una devoción a muerte por el punkeo más destructivo, amén de ser uno de los tipos que mejor interpreta “Txusacapella; Pol Torrance a la batería es la sangre joven, ese poli novato que aporrea las baquetas con la energía que merece el proyecto; y McKeyhan, el frontman, es un derroche de carisma escénico -que incluso se atreve a surfear cuando la ocasión lo requiere-, actitud y sentido del humor bizarro. La última incorporación al grupo es Eudald, que refuerza el conjunto con unas videoproyecciones tan enfermas como el proyecto en sí. En resumen, pura y dura CARNAZA hecha para disfrutar, tanto encima como debajo del escenario. Y sí, los adoro. Kaka's in the Demos son, paradójicamente, el futuro del No Future.

El viernes 25 de abril estarán tocando en el Ateneu de Vallcarca. Estad atentos, porque iré colocando información fresca al respecto. Os dejo con un vídeo de los KK's interpretando su hit “Penefagia” en el Ateneu La Pólvora de Moià. Que lo disfrutéis.



Guerra
iTunes: “Nazi Punks Fuck Off”, Dead Kennedys